9.- LA ACTUACIÓN FAMILIAR
En la era de la comunicación los cambios
de costumbres, normas y relaciones sociales se suceden con rapidez.
En una sociedad de abundancia y consumo (siempre comparada con épocas
anteriores) se observa un deterioro en valores éticos y morales.
En su mayoría, los padres sienten incertidumbre con respecto
a la sociedad del futuro y desorientación en el presente.
Los padres no pueden educar a sus hijos e hijas
del mismo modo que fueron educados porque la sociedad ya no transmite
sus normas de una generación a otra, los cambios son demasiado
rápidos y las normas se van estableciendo a medida que se
suscitan nuevas situaciones.
Ante la falta de claridad en la forma de educar
a los niños y niñas, cada uno de los progenitores
tiende a restablecer la dinámica de su familia original en
la nueva que ha formado, repitiendo muchos de los errores educativos
sufridos y que siempre juró no cometer, o bien haciendo todo
lo contrario como forma de rebelarse. Al margen de los errores mencionados,
la situación lleva a la disparidad de criterios entre los
cónyuges, se crean ambientes cargados de permisividad, sobreprotección,
autoritarismos desmesurados, etc.
Si bien ser padre o madre no implica ser Pedagogo,
si implica ser el primer y fundamental educador de los hijos. Como
casi siempre, y más en estas primeras edades, bastará
con poner mucho sentido común, amor y paciencia. Bastará
con seguir unos pequeños consejos, con reflexionar sobre:
- El respeto a la individualidad y a la dignidad del niño
o la niña, que no es una propiedad o capricho de los padres.
Estos deben asumir su responsabilidad de ayudar y dirigir al niño
o la niña hacia su madurez ofreciendo, gradualmente, mayor
libertad y autonomía que le ayuden a sentirse útil,
responsable de sus actos y asumir las consecuencias que se derivan
de ellos
- El amor entre el padre y la madre, y el amor de ambos hacia
el niño o la niña facilita el crear un clima de
aceptación, respeto, seguridad, confianza y afecto. En
este clima no caben los juicios de valor hacia las personas, tampoco
las comparaciones, las luchas de poder, no las expectativas desajustadas.
- Vivir implica superar pequeñas frustraciones y dificultades
diariamente. Los padres protectores en exceso evitan que el niño
o la niña se esfuerce o que se enfrente a problemas, toman
la iniciativa por él y le facilitan todo. En estos casos,
los niños o niñas se sentirán ineptos, inferiores,
inseguros y dependientes de sus padres.
- Los hogares permisivos, donde los niños y niñas
hacen lo que les placen les convierte en desordenados, inseguros,
incapaces de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir
un objetivo, no adquieren una conciencia que dirija su conducta
y no tienen capacidad de interiorizar normas morales. Estos hogares
suelen ser fruto de los padres egoístas que tienen desinterés
por la educación de sus hijos o hijas.
- El entorno familiar, como contexto social, debe establecer
una serie de normas, pero esto no justifica los hogares excesivamente
normados e inflexibles.
- Ejerce la autoridad con diálogo y tolerancia. No se
trata de mandar como ejercicio de poder, de discutir, de imponerse
por la fuerza, sino de buscar la razón y la coherencia
que ayudan a formar conductas responsables.
- Nunca debe olvidarse que los padres son el modelo a imitar
por los niños y niñas, el espejo en el que se miran.
Los pequeños hacen lo que ven hacer, no lo que se les dice
que hagan.
Siempre está bien recordar las siguientes
palabras de Theodore Isaac Rubin sobre "El hogar cooperativo
o motivador":
"Ningún hogar es del todo cooperativo
y pocos hay que sean totalmente destructivos. Pero el hogar donde
hay cooperación está principalmente vinculado al verdadero
bienestar de todos sus miembros y particularmente de aquellos que
aún no son autosuficientes".
Respecto a esto, el ambiente del hogar cooperativo
que debemos formar, es seguro, protegido e interesante. Esto significa
que las personas pueden ser ellas mismas, pueden expresar sus sentimientos,
intercambiarlos, pueden cometer errores, explorar y crecer para
adquirir una personalidad propia sin miedo a mofas, ataques o represalias.
El hogar cooperativo es un lugar lleno de sustento:
cuidados físicos, cariño, sustento emocional a través
del intercambio de ideas y sustento creativo a través de
la participación enriquecedora de la familia.
Existe en este ambiente una gran aceptación
mutua, que en gran parte es incondicional. Hay muy poca o nula preocupación
por lograr igualdad en los intercambios o partes equitativas. Los
miembros de este tipo de hogar creen que lo que obtienen está
en relación con sus necesidades. Hay muy poca rivalidad entre
hermanos, favoritismo, suspicacia y paranoia.
En estos hogares, sus distintos componentes suelen
contribuir con sus aptitudes, destrezas y conocimientos particulares.
En los hogares malsanos, el que dicta las normas acostumbra a ser
aquel que grita más, independientemente de su capacidad.
En los hogares cooperativos las personas contribuyen espontáneamente
con sus conocimientos de forma apropiada, con alegría en
vez de ser explotados por los demás. La ayuda se recibe con
gozo y nadie se siente rebajado por ella.
En este ambiente, rara vez se produce la arrogancia.
La humildad combinada con sentimientos de verdadera identidad, suele
ser evidente.
Los miembros de un hogar cooperativo tienen una
sólida identificación familiar, de la cual obtienen
fortaleza. Tienden a sobrepasar los límites de la familia
nuclear en sus sentimientos y también suelen transcender
diferencias generacionales y hacia la prolongación familiar
refuerza aún más el sentimiento de pertenencia a un
grupo y proporciona solidez.
Los miembros de un hogar cooperativo demuestran
sentimientos firmes, valores, prioridades y conciencia social. Son
flexibles. Se escuchan unos a otros. No se dedican a comparar o
a competir. Se dan a sí mismos y se quieren sin condiciones. |